Las democracias en el mundo no la están pasando muy bien pues enfrentan el reclamo justificado de la ciudadanía, que está insatisfecha con el desempeño microeconómico; la sensación de que, gane quien gane, las cosas no cambian mucho; la corrupción, la creciente inseguridad y desigualdad; así como la permanencia de una élite intocable.
Frente a este fenómeno, han llegado a puestos de primera importancia candidatos que rompen con el molde de dedicarse profesionalmente a la política o al servicio público, los ejemplos más frescos son Jimmy Morales en Guatemala (2016-2020) y el actual presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. Ambos provenientes del mundo del espectáculo.
Y si bien es cierto que los derechos políticos amparan la posibilidad de que cualquier ciudadano pueda votar y ser votado, me llama la atención que los actores tengan tanto éxito representando opciones fuera de la política tradicional, me pregunto si esto sería posible en México, donde nuestro sistema democrático lleva años lidiando con una partidocracia que, lejos de mejorar sus perfiles, ha mutado negativamente, generado alianzas cuestionables con tal de mantenerse en el poder.
Y es que vivimos tiempos retadores, donde el Poder Ejecutivo adelanta los destapes, rompiendo las reglas electorales y dando permiso a sus corcholatas de hacer actos anticipados de campaña mientras siguen despachando como funcionarios públicos.
En contraparte, la oposición política es más que difusa en cuanto a sus objetivos y pone en tela de juicio su capacidad para actuar organizadamente frente al partido dominante. Esto quedó muy claro hace un par de semanas, con la ruptura de la coalición legislativa “Va por México” (PRI-PAN-PRD), que mostró fuerza para frenar la reforma energética pero que se cayó a pedazos frente a la reforma para militarizar a la Guardia Nacional.
En este escenario incierto y de desencanto, donde los políticos profesionales dejan mucho que desear o sorprenden con su capacidad destructiva en nombre de un pueblo intangible, he pensado que la ficción puede superar a la realidad y me pregunto ¿y si mejor votamos por Brozo?
No es descabellado considerando que es alguien conocido en todos los niveles socioeconómicos, no milita en ningún partido político; lleva años observando la política, la entiende y ha criticado al poder independientemente del color que tenga, ha criticado sus fallas y denunciado sus actor de corrupción e incluso, hasta los presidentes más encolerizados por sus comentarios, incluyendo al actual, no le han podido sacar un solo trapo sucio que no sea su saco deshilachado, símbolo de la austeridad.
Tiene el carácter para movilizar y llenar plazas, me lo imagino compitiendo contra cualquier candidato de izquierda, derecha o de centro; seguramente habría más interesados en ver y escucharlo a él, pues encarna el hartazgo social de la ciudadanía que ya no quiere seguir apoyando el proyecto gubernamental actual, pero que tampoco quiere regresar a las prácticas de los partidos tradicionales, tan perdidos y sumidos en los pantanos de su pasado.
En fin, le pregunto a usted con toda seriedad, si en México nos han gobernado tantos payasos, ¿no sería hora de votar por uno profesional?
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