El pueblo de Los Algodones, en Mexicali, Baja California, mejor conocida como Molar City o Ciudad Molar, recibe a diario alrededor de 6 mil extranjeros que buscan tratarse con los dentistas de esta ciudad en la frontera con Estados Unidos.
Ciudad Molar se ganó ese nombre hace tres décadas, literalmente de boca en boca, cuando no existían redes sociales, pues la localidad, con una superficie de cinco kilómetros cuadrados, tiene unas 300 clínicas odontológicas apiñadas en sus cuatro calles centrales con tarifas mucho menores a las fijadas en Estados Unidos.
“Es la mayor concentración de dentistas por kilómetro cuadrado del mundo”, bromea uno de los varios pregoneros que se disputan la acera frente a la garita fronteriza, posición privilegiada para captar clientes.
“Aquí hay alrededor de 600 odontólogos”, estima el doctor Carlos Rubio, uno de los pioneros de esta meca odontológica. La competencia es reñida, con coloridos letreros colocados en cuanto balcón o pared existe, y volantes que anuncian descuentos para blanqueamientos, extracciones e implantes, uno de los procedimientos más solicitados. Y la demanda no es poca.
Con casi 7 mil habitantes, la soleada y desértica Ciudad Molar recibe unas 6 mil personas a diario en la temporada alta –entre noviembre y marzo–, cuando el norte de Estados Unidos registra bajas temperaturas, mientras el resto del año unos 2 mil llegan desde estados fronterizos como California, Arizona o Nuevo México.
“La diferencia de inicio es económica”, explica el doctor Rubio, de 63 años. El descuento es tal, asegura, que cubre incluso los costos de viajar varias veces para procedimientos que requieren múltiples citas, sobre todo para personas que no cuentan con seguro dental.
“En esa época mi dentista me pidió alrededor de 35 mil dólares. Aquí creo que pagué entre 6 mil y 8 mil”, asegura David Barry, de Arizona, Estados Unidos, que maneja tres horas para llegar a sus consultas.
A pesar de que las noticias sobre violencia en otras regiones de México inundan los medios estadounidenses, ningún paciente se siente preocupado por su seguridad. “Es algo que algunas personas comentan en Estados Unidos, pero yo les digo que Los Algodones se siente seguro”, acota Barry.
Lo secunda el doctor Rubio, “en esta comunidad no tenemos ese problema. Vivimos del turismo, y tratamos de cuidarlo”.
Fuente: La Jornada
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